«PROVIDENCIA.- Juez:
Ilmo. Sr. (borrado con tipex). En la Ciudad de Granada a quince de octubre de mil novecientos setenta y cinco.
Por recibida la precedente comunicación que se unirá a los autors de su razón. Visto su contenido y las razones alegadas y de conformidad con el artículo trece del Decreto Ley de veintiséis de agosto de mil novecientos setenta y cinco, se autoriza la prórroga del plazo para entregar los detenidos (borrado con tipex) e Isabel Alonso Dávila por el tiempo indispensable para ultimar las investigaciones que se vienen efectuando, sin que pueda exceder de diez días a contar de la fecha de la detención. Particípese por atento oficio al Sr. Jefe Superior de Policía.
Lo provee y firma S. Sª Ilma. doy fe.
(firma semiborrada con tipex)
DILIGENCIA.- Seguidamente se cumple, doy fe. »
Así recojo en Como un pulso lo que supuso el alargamiento de mis días de detención pasadas las 72 horas:

Al final del tercer día, Julia tuvo claro que la iban a tener allí más de setenta y dos horas. A ver si no por qué no me han subido a declarar todavía ni una sola vez –pensó– y me tienen en esta pocilga y sin poderme lavar. Quieren que llegue bien degradada al interrogatorio, sucia y maloliente, desanimada y débil. Joder, joder. Seguro que han conseguido que el juez me aplique la Ley Antiterrorista. A mí, militante de un partido que no utiliza la violencia, que está por la reconciliación nacional, por la lucha de masas. Está claro que estos jueces fascistas están al servicio del régimen y de la policía: viva la separación de poderes, joder. Me gustaría tener aquí delante a aquel conferenciante francés, llegado de Bruselas, tan repeinado, con su traje de sastrería cara y su corbata azul europeo, que vino a contarnos a la Facultad lo bueno que sería para España superar el marco del Acuerdo Preferencial de 1970 y caminar hacia la integración plena en el Mercado Común. Así podría ver en esta celda a la estudiante que levantó la mano para hacerle la pregunta obvia, la que todo el mundo estaba pensando y nadie se atrevía a hacer: que si él pensaba que España podría entrar en el Mercado Común siendo una dictadura, cuando los tratados de adhesión decían claramente que sólo Estados de derecho podían ser miembros. En ese momento, el enfado de Julia dentro de la celda, que había ido in crescendo, se amortiguó al recordar la suave mano de Simón descansando sobre la suya cuando se sentó tras hacer la pregunta al funcionario europeo. Pero enseguida volvió a alterarse: Que venga ahora aquí ese francés, tan educadito y tan tranquilito, y que me diga si esto es un Estado de derecho, cuando ni siquiera les bastan las leyes de la dictadura y tienen que ir proclamando estados de excepción cada dos por tres y aplicando leyes antiterroristas a personas que no hemos participado en un acto de violencia en la vida. No hay derecho.
Julia se dio cuenta de que las tres últimas palabras las había dicho en alto y pensó que estaba empezando a perder los nervios.
(Isabel Alonso Dávila, Como un pulso, Caligrama, 2020, páginas 42-43)