«TRIBUNAL DE ORDEN PÚBLICO. SECRETARÍA. Rollo 3265 de 1975. Sumario núm. 1647 de 1975». Página 15. Y cómo lo cuento en «Como un pulso»

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Carátula del dossier del TOP en el que aparezco procesada

«DILIGENCIA.- En Granada y en la Jefatura Superior de Policía, de la Región de Andalucía Oriental, se extiende la presenta para hacer constar:

Que como ampliación y continuación de las Diligencias instruidas en la Brigada Regional de Investigación Social de esta Jefatura Superior, con fecha dieciséis de Septiembre de mil novecientos setenta y cinco, registradas con el NÚMERO TRES MIL SEISCIENTOS NOVENTA Y NUEVE (3.699) y que fueron remitidas al Iltmo. señor Magistrado Juez del Juzgado de Instrucción NÚMERO UNO de los de esta Capital, por los funcionarios a quienes se les ordenó el servicio, son presentadas en calidad de detenidas a las veintiuna horas del diez de Octubre de mil novecientos setenta y cinco, ISABEL ALONSO DÁVILA, nacida el día veintitrés de Noviembre de mil novecientos cincuenta y tres, en Salamanca, hija de (borrado con tipex) y (borrado con tipex), licenciada en Filosofía y Letras, casada, con domicilio en esta Capital en Avenida de Badajoz, Barriada de la Encina, bloque uno, piso séptimo, letra D; y (borrado con tipex), nacida el día veintitrés de Noviembre de mil novecientos cincuenta y cinco, en Carcassone (Francia), hija de de (borrado con tipex) y (borrado con tipex), estudiante de primer curso de ciencias exactas, soltera, con domicilio familiar en Cúllar Baza (Granada), bar ‘Sabuanca’, carretera Granada-Murcia, y durante el periodo lectivo en Granada, calle Ancha de la Virgen, número veinte, piso cuarto izquierda. – – – – – – – – – – – – – – – – – – – – – – – – – – – – – – – – – – –

En su consecuencia, el Iltmo. señor Jefe Superior de Policía ordena se proceda a tomar declaración a las detenidas y que se nombre Instructor de las actuaciones al Inspector de segunda clase, del Cuerpo General de Policía, titular del Carnet Profesional número siete mil setecientos cuarenta y cinco (7.745), a quien le asistirá en calidad de Secretario el Inspector de tercera clase, del mismo Cuerpo, titular del Carnet Profesional número nueve mil tres (9.003), ambos afectos al servicio en la citada Brigada Regional de Investigación social.- Conste y CERTIFICO. – – – – – – – – – – – – – – – – – – – – – – – – – – – – – – – – – – – – –

(dos firmas ilegibles y semiborradas con tipex)

La imagen tiene un atributo ALT vacío; su nombre de archivo es portada_comounpulso-1.jpg

Así es como pasa a la ficción en Como un pulso lo que se explica al principio del documento que aparece transcrito arriba, abonado también con mis recuerdos, claro:

«Pero eso sería más adelante. Ahora, el 1500 de la policía en que la llevaban estaba parando ante la puerta de la comisaría central de Granada, la de la Plaza de los Lobos. Sacaron a Julia sin miramientos y la llevaron a empellones hacia el interior de la planta baja del edificio.

   Julia no conocía por dentro aquel lugar porque siempre había evitado pisarlo. Nunca se le había ocurrido ir allí a hacer ningún trámite administrativo.

Por el aspecto podría haberse encontrado en cualquier oficina de la administración, con sus suelos de terrazo brillantes de tanto pasar la fregona con lejía una y mil veces y sus pequeñas ventanillas de atención al público. Sin embargo, las esposas que rodeaban sus muñecas no le dejaron perderse mucho tiempo en esas disquisiciones. Nada más entrar y tras un fugaz paso por una de las ventanillas en la que los policías de la Social que la llevaban, uno de cada brazo, dijeron que entregaban a la detenida Julia Ávila Sanz, dos policías uniformados de gris la condujeron hacia las escaleras que se encontraban al fondo del vestíbulo. Cuando estaban a punto de alcanzar el primer peldaño, Julia gritó que quería avisar a sus padres. Ante el gesto de duda de los dos grises, que se volvieron a buscar el consentimiento, el brazo derecho de uno de los sociales se extendió y su mano movió los cuatro dedos hacia delante y hacia atrás en un gesto que los grises comprendieron perfectamente. Siguieron adelante, pese a las protestas de Julia.

   En el tramo que separaba la planta baja del semisótano, se produjo una transformación radical del espacio, que parecía contener un cambio en el tiempo de más de tres décadas. Las escaleras, que partían con un tamaño que permitía a los dos policías llevar a Julia cogida uno por cada brazo, perdieron a partir del primer rellano la mitad de su ancho, por lo que uno de los policías tuvo que rezagarse. Volvieron a disminuir de tamaño al pasar del segundo rellano y, así, lo que había empezado por ser un grupo de tres personas, que caminaban al unísono, terminó por convertirse en una fila india. El último tramo terminaba en un estrecho pasillo que llevaba a un cuartucho. Allí, otro gris, que parecía más grande de lo que era en aquel espacio minúsculo, leía El Ideal de Granada que, abierto, ocupaba casi por completo la pequeña mesa de madera tosca en la que lo tenía apoyado. Julia volvió a escuchar la misma cantinela: se hacía entrega de la detenida Julia Ávila Sanz. El gris lector del periódico, mayor que los otros y con algunas canas que le daban un aire de tranquilidad respetable, hizo dejar a Julia sus pertenencias en una caja de cartón. Se limitaban a lo poco que había dentro del bolso bandolera, tejido a mano, más el reloj Omega y los pendientes de perlas.

   Después de que Julia firmara la lista de objetos en depósito, que con cierta dificultad había tecleado el policía con solo dos dedos en una cochambrosa máquina de escribir, éste la condujo a través de un pequeño patio rectangular, con aspecto de haber quedado a medio construir hacía ya mucho tiempo. Sus paredes estaban cubiertas por un rugoso cemento a la vista y una sucia bombilla de cuarenta vatios, llena de gotas de pintura, constituía la única iluminación. Un canal de desagüe al aire libre recorría su centro. En uno de los lados largos de aquel patio, el que estaba frente a la puerta del cuartucho que ocupaba el guardia, había cinco pequeñas puertas de madera, pintadas de gris, y cerradas con unos candados que enlazaban dos arandelas. Tenían un ventanuco rectangular, cubierto por una rejilla en la parte superior de cada una de ellas. En uno de los lados cortos del patio, el que lo cerraba a la derecha, tras la única puerta abierta y sin candado, se dejaba entrever una sucia letrina.

   El policía abrió primero la celda más cercana a la letrina, pero cambió de opinión y decidió alejar a Julia de aquel olor pestilente, abriendo la que se encontraba al otro lado del patio. Todas las demás parecían estar vacías.  Esperó a que Julia entrara en la celda con una amabilidad que contrastaba con los empujones que le habían dado los de la Social tras sacarla del 1500. Y, mientras cerraba el candado, dijo:

   –Así que te llamas Julia. Yo a ti te conozco. Te examinaste del carné de conducir el mismo día que yo. Debe hacer ya como tres años, creo. Me acuerdo, porque pensé que era imposible que tuvieras los dieciocho. Y, encima, tú aprobaste y a mí me suspendieron.

   –Pues yo no me acuerdo de usted.

   –Bueno, pues me presento: me llamo Antonio. Pero si necesitas algo no me llames por mi nombre. Grita ‘guardia’, que puede ser que no sea yo el que esté en ese momento y algún compañero pensará que te he dado demasiadas confianzas. –Y, mientras cerraba el candado, sonrió, mirando a Julia a los ojos por la estrecha ventana de la parte superior de la celda, antes de dirigirse de nuevo a su periódico.»

(Isabel Alonso Dávila, Como un pulso, Caligrama, 2020, páginas 26-28)

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