A la izquierda de la página, arriba, aparece el escudo de la España franquista. Bajo él:
«Ministerio de la Gobernación
DIRECCIÓN GENERAL DE SEGURIDAD
JEFATURA SUPERIOR DE POLICÍA
Granada, 18 de Octubre de 1975
Asunto: Remitiendo Diligencias.-
N/Refª. Bgd.Reg.Inv.Social.-R.S. 3964
S/Refª…………………………………………………
Iltmo.Sr.:
A los efectos que en justicia procedan, adjunto tengo el honor de remitir a V.I. Diligencias instruidas en la Brigada Regional de Investigación Social de esta Jefatura Superior de Policía, por actividades subversivas, contra ISABEL ALONSO DÁVILA, nacida el 23-11-53 en Salamanca, hija de (nombre borrado con tipex) y (nombre borrado con tipex), con domicilio en esta capital en Bda. La Encina, núm. 1-7º D y (nombre borrado con tipex), nacida el 23-11-55 en Carcasone (sic), hija de (nombre borrado con tipex) y (nombre borrado con tipex), con domicilio habitual en CULLAR BAZA (Granada), carretera de Murcia, Bar (nombre borrado con tipex), y durante el periodo lectivo en Granada en C./ Ancha de la Virgen, 20-4º izqda.
Se significa a su Autoridad, que en el día de ayer se efectuó un registro a (nombre borrado con tipex) en su domicilio familiar de Cullar Baza, el que dió resultado negativo, habiéndose remitido el Acta levantada en el mismo al Iltmo. Juez de Instrucción del Partido Judicial de Baza (Granada).
Dios guarde a V.I. muchos años.
EL JEFE SUPERIOR
(firma borrada con tipex)
ILTMO. SR. MAGISTRADO JUEZ DEL JUZGADO DE INSTRUCCIÓN NUM. DOS.-
GRANADA«

En la estrecha calle a la que daba la puerta principal de la Comisaría, que no se abría a la Plaza de los Lobos, estaba aparcado un furgón policial. Julia miró su reloj Omega recién recuperado. Eran las nueve de la noche y era sábado pero la Plaza de los Lobos estaba desierta, como siempre. El gris abrió la puerta trasera del furgón y Julia salvó de un salto el alto peldaño que originaba la distancia entre el pavimento de la calle y el suelo del vehículo. Dentro, hecha un ovillo, en uno de los rincones más lejanos a la puerta, estaba Dolomitas mirando fijamente al suelo. Julia se apresuró a darle un abrazo. Dolomitas se encogió aún más y ocultó su cara en el regazo de Julia, sin atreverse a mostrarle los ojos. Estaba llorando. No te preocupes, que ya lo sé. No llores. Es normal, no pasa nada. ¿Te han pegado? De la boca de Dolomitas salió un tímido no, acompañado de un enérgico movimiento negativo con la cabeza, que hizo que su rostro golpeara con fuerza el vientre de Julia. Y empezó a llorar más fuerte, con lo que su llanto superó sus ojos y se encaramó a su espalda como la ola que, al romper, genera un torbellino de arena y guijarros en la playa. Dolomitas no volvió a decir nada en todo el trayecto. No te preocupes, no pasa nada, es normal, continuó Julia con su letanía. Y el movimiento de los hombros de Dolomitas que acompañaba sus gemidos se fue diluyendo en las palmas de las manos de Julia.
Cuando el furgón aminoró la marcha para estacionar ante la Audiencia Provincial, sobre el enlosado gris y blanco de Plaza Nueva, la espalda de Dolomitas se movía ya con la regularidad de una respiración que parecía querer pasar desapercibida y Julia tuvo tiempo de decirle, antes de que las bajaran, tomándola de los brazos: Mírame, Dolo. Tranquilízate y recuerda que tienes que negar ante el juez todo lo que has dicho en comisaría. Es fácil. Diles que has declarado todas esas cosas porque estabas nerviosa y tenías mucho miedo. Que te amenazaban con tenerte más días en comisaría si no firmabas. Que por eso has firmado todo lo que ellos han escrito en tu declaración. Para que te dejaran marchar. Dolomitas asintió, liberó sus brazos de las manos de Julia y esbozó una ligera sonrisa mientras se secaba con las dos manos las últimas lágrimas, que habían quedado enganchadas a sus mejillas. Se dieron un beso y se giraron para bajar del furgón.
Dolores fue la primera en entrar a declarar ante el juez. Mientras, Julia permaneció sentada en un largo banco de madera oscura adornado con motivos escultóricos de conquistadores y animales monstruosos. Ella no podía saber que era el mismo banco en el que había estado sentado Roberto tres días antes.
(Isabel Alonso Dávila, Como un pulso, Caligrama 2020, páginas 113-114)